Morelos.- Aunque pareciera que tienen al mundo en sus pies, al vivir casi en la cima del imponente cerro del Higuerón, en la colonia Alta Vista, en el municipio de Jojutla, la familia Herrera Galindo, sobrevive en una deleznable pobreza, discriminados y marginados de los programas federales, estatales y municipales, sumado a la crisis de desempleo por la pandemia del Covid-19, y orillado a comer una vez al día, a veces solo tortillas tostadas con sal.
Tan solo subir la empinada cuesta de la colonia Pedro Amaro y Alta Vista, llegar a la angosta y pedregosa calle Lorenzo Vázquez, donde ya nos espera Graciela Galindo Hernández, quien nos guió hasta su "casa" en el número 17, donde sólo se puede llegar por un estrecho pasillo; se atraviesa la casa de su suegra, y el predio de otro de sus cuñados, donde sobreviven algunos muebles cubiertos por desgastadas lonas y dañados por las inclemencias del tiempo.
Hago pausas no sólo para tomar aliento, sino también para contemplar embelesada el verde paisaje que rodea el valle y la urbe de la ciudad de Jojutla que se ve diminuta desde estas alturas, el aire fresco de la mañana y el agradable olor de la lluvia, contrasta con el calor de mi cuerpo. A unos pasos de su muy humilde vivienda, atado se encuentra un perro guardián, nos recibe agresivo; Maritza Jatziry la menor de sus tres hijas bajan corriendo para calmarlo y darnos paso.
Cuando al fin llegamos, Graciela me dice, "aquí estaba mi casa antes del sismo del 19 de septiembre del 2017, perdimos todo, más tarde me cuenta que los muros de la casa era de piedra que pegaron solo con arena y cal, por falta de dinero no le pusieron cemento, dice al reconocer el trabajo de su suegro y esposo; estaba bien hasta el día del sismo”, ahí vivieron durante 17 de los 20 años que llevan juntos, pero se desmoronó.
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Retiraron las piedras para poner la casa de campaña donada por la Fundación Cadena (Israelí), donde vivieron durante dos años, en espera de la prometida reconstrucción, pero nunca llegó la ayuda ni del Censo del Fonden, ni de “Unidos por Morelos”, y del Programa Nacional de Reconstrucción, a cargo de Sedatu y Conavi, tampoco los han tomado en cuenta, a pesar de todas las gestiones y documentos que entregaron en diferentes dependencias de gobierno y mesas de atención que se han puesto tras las protestas de los damnificados, en los que ha participado con los vecinos de la colonia Zapata.
El personal de Conavi y de la dirección municipal de la reconstrucción en Jojutla, solo le dice que espere, que después los van a llamar y aunque ha pensado en vender su celular cuando aprieta el hambre, no lo ha hecho con la esperanza de que llamen para la reconstrucción, nos dice en entrevista sin poder contener las lágrimas que la enmudecen.
El predio de la Familia Herrera Galindo es de 49 metros cuadrados (apenas de 7 x 7 metros), ésta en dos niveles, en el más alto tienen la cocina, la casa de campaña dónde guardan parte de sus cosas, y la fosa séptica del baño que tampoco sirve, aún cuelgan algunas cobijas como cortinas del devastado lugar, donde sobrevive un barandal.
En el desnivel, como pudo, su esposo Raferi Herrera, levantó una casita en el terreno que era su reducido patio con pedazos de láminas de cartón, asbesto y lámina; carrizos y horcones; cubiertos con lonas y plásticos, ahí tienen las dos literas, unos sillones, un mueble con una televisión entre otras cosas hacinadas.
La cocina está prácticamente al aire libre, la única pared es la del cerro despalmado, una mesa, una estufa roja, un bracero, un par de descoloridas sillas de plástico, una roja y otra blanca; una estructura metálica donde tiene unos trastes, aceite, sal y una licuadora. En la esquina está una vieja lavadora donde guarda y acomoda parte de sus utensilios de cocina. Sobre la mesa un molcajete que solo tiene dos chiles asados, y las dos únicas tasas junto a un sobre de café soluble que fue lo único que tomaron esta mañana.
Hundidos en la pobreza
Sin duda la época de mayor pobreza que les tocó vivir desde hace 20 años que formaron esta familia de Chela y Ranferi, fue después del sismo del 2017, y especialmente este 2020, con la pandemia, puso a su esposo entre la vida y la muerte, le llevó dos meses recuperarse, ese tiempo mandó a sus hijas con su mamá, y después casi cuatro meses no le daban trabajo y no tenían ni para tortillas.
“Mi esposo es campesino sin tierras, trabaja en el cultivo o cosecha, de maíz, arroz, de tomate, e incluso se va de chalan de albañil, pero cuando empezó la pandemia cayo muy enfermo, estuvo entre la vida y la muerte, y lo sacaron del hospital cuando les avisaron que lo iban a intubar, fueron más de dos meses muy difíciles”.
Ella vio que había cosecha de tomate, fue a pedir trabajo, logro que la aceptaran en la cosecha de tomate, les pagaban a 25 pesos la caja, y con su esposo y su hija mayor se hacían al día de 7 a 10 cajas, esos fueron sus primeros ingresos en medio de la pandemia, me cuenta con nostalgia.
El entorno, un olor de humedad por la rompa amontonada que tienen por todos lados, la sacaron a secar ya que con las lluvias se les ha mojado, por los escurrimientos del cerro, están sobre una serie de objetos que rescataron de su casa oxidadas y que sin duda confían poder volver a reusar. El jardín se los dio la naturaleza entre la casa y la cocina hay florecientes acahuales, así como las blancas y diminutas flores de zeta que alegran la desolada realidad.
La única infraestructura que vale la pena es un tanque de agua, pero además tienen varias cubetas una vieja tina de jacuzzi donde almacenan agua.
Sobreviven con los 400 o 500 pesos que le da de gasto por semana, ella tiene que "estirarlo" y cuando puede, sale a buscar trabajo para pagar mes con mes los 580 pesos mensuales del servicio de Internet que contrataron para que sus hijas pudieran estudiar, y conectarse a las clases. Sarahí de 16 años, es la mayor, no estudio el año pasado, no pudieron con los gastos, cayó en depresión, hasta este ciclo escolar que entró a estudiar la preparatoria.
Melani Yamilet y Maritza Jatziri de 13 y 12 años, respectivamente, estudian la Secundaria Técnica de Jojutla. Estuvieron a punto de perder este año, ya que no tenían Internet ni teléfonos celulares, los consiguieron prestados con sus tíos, de uno el compromiso es pagarlo, pero hasta el momento no han podido darle nada “ya cuando pase esto y regrese a trabajar le pagaré”. Y es que trabajaba en la casa de una maestra de lunes a viernes, pero por miedo de la pandemia me pidió que ya no fuera, que ella me avisaba cuando y hasta la fecha ésta sin trabajo, pero cuando le llaman para que limpie una casa o a lavar, no lo duda.
Ni una ha sido beneficiada con becas.
Hoy las tres tienen muchas tareas, no hay luz en la habitación, se apoyan con la que se filtra de las lonas, dos desde sus respectivas camas, un par de literas atienden sus deberes escolares en el celular, la mayor ésta sentada en un sillón y un cojín le sirve de mesa, la más pequeña pide apoyo para que le explique una de las clases, mientras la otra trascribe en la libreta algunos apuntes de los trabajos que tienen que entregar. Han buscado el apoyo de becas y no han encontrado nada. Han acudido con los Servidores de la Nación y les dice que les van a avisar y nada. Le pido que nos salgamos para no interrumpirlas y regresamos a la cocina.
Apenas logran matar el hambre
Esta semana ha estado trabajando su esposo en la cosecha de arroz, y ella consiguió hacer aseo en una casa, y después de más de un mes, comerán carne, me muestra la cacerola donde hierve y sale ese vapor de olor de carne de cerdo hirviendo. Dejará que se fría con su propia grasa y los acompañará con frijoles, explica sobre el menú de la comida.
“Hay veces que nos la vemos muy duras” nos dice, y es que esta comida no es es todos los días, hay días que no tienen que comer, y se ve en la necesidad de salir a pedir a su familia o con la vecina tortillas duras, las dora y eso comen con sal. Reconoce que tiene una vecina que la ayuda mucho, le comparte lo que sus hijos le llevan; “me ha dicho que cuando no tenga que comer ven” pero solo lo hace cuando no tienen ni para las tortillas, nos dice con suma humildad.
Ya están acostumbrados hacer una sola comida al día, y busca que al menos frijoles y tortillas tengan. Está preocupada porque la más pequeña está muy delgada y nunca tiene hambre, creen que fue porque se asustó cuando el sismo: “me dieron apenas unas vitaminas para ella y espera que recupere peso, aunque sabe que tampoco tienen mucho para comer”.
Las chicas se manifiestan ansiosas esperando la hora de comer, son casi las 2 de la tarde y solo tomaron una taza de café, y aunque solo hacen una comida al día, y regularmente en lugar de café es un té de canela, manzanilla u otras plantas locales, es una familia que no se pueden dar el lujo de comer pan o leche. En la noche se van a dormir con otra taza de té y si acaso unas tortillas tostadas para saciar el hambre.
Mientras vuelve a revisar la carne nos dice que cuando se le acaba el gas, no tiene otra más que guisar con leña, y para volver a comprar un tanque de 20 kilos, tiene juntar dinero durante un mes, y nos confiesa que a sus vecinos les molesta el humo de la leña, y le advierten de que corre el riesgo de que la multen, por hacer humo, pero buscando el apoyo les dice que no lo hace por gusto, es por necesidad, ya que no tiene para el gas.
Esta familia no consume el agua embotellada, es muy cara, yo prefiero hervirla, llenamos el garrafón con agua de la llave y la pongo a hervir y de esa tomamos e incluso a veces la toman directa de la llave.
▶️ Más mexicanos pasarán hambre por la pandemia
A esta casa no han llegado los benéficos sociales de las despensas de los gobierno estatal o federal, y llora al compartir la amarga experiencia cuando en una ocasión después del sismo bajo por una despensas a la colonia Zapata, que le fue arrebatada y que se retiró sin nada y jamás volvió. La gente no sabe la situación que vive, y a pensar del sacrificio que representaba acompaño al Comité de Damnificados varias veces a Cuernavaca, ha acompañado a las reuniones y ha entregado documentos las veces que se los han pedido y no se explica como a otras personas con menos necesidades les han construido, les dieron para ampliar sus casa y a ella le siguen dando largas.
Hemos pasado la mayor parte del tiempo platicando, y retomando una y otra vez lo que les tocó vivir tras el sismo. No se explica como a un vecino que tiene una casa muy grande le llegó la ayuda para reconstrucción y está ampliando su casa. Y otro vecino que es policía también le está construyendo.
Ella es de la colonia Pedro Amaro, que es la colonia vecina a esta de Alta Vista y cuando decidió unirse con su esposo Ranferi Herrera, tenía 19 años, nos dice que a ella y su esposo no tienen estudios solo la primaria, pero no le tienen miedo al trabajo, han trabajado toda su vida, pero no han logran salir de esta pobreza, en la que siete que se hunden con sus hijas. “yo no pido nada para mí, yo quiero que por lo menos les construyan un cuarto para mis hijas, que tengan donde dormir tranquilas” y es que cuando llueve se les mete el agua y tienen que sacar las cosas y ropa a secar.
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No encuentra explicación para que no hayan entrado a ningún programa de reconstrucción, especialmente cuando el presidente López Obrador, no se cansa de decir que primero los pobres, y hasta la fecha no ha recibido la ayuda de ninguno de los programas del gobierno y del estatal solo llegan apoyos que ya van destinados a grupos previamente seleccionados.
Con la esperanza en Dios para que la siga socorriendo y los mantenga sanos, no empezamos a despedir, y descender con miedo a resbalar por el lodoso pasillo donde está el perro. Y me detengo a contemplar desde esa altura el valle de Jojutla hasta donde permite la vista del devastado cerro del venado.
Sin duda, la familia Herrera Galindo no son los únicos que sobreviven en una lacerante pobreza, no tienen, agua, carecen de drenaje, luz, y tras el sismo del 2017 se quedaron sin vivienda, a pesar de vivir a solo 20 minutos de la cabecera municipal, en un municipio altamente comercial, encontramos este rincones de extrema pobreza donde el abre no perdona.