Señora:
Esta noche todos los niños del mundo se dormirán temprano en espera de los Reyes Magos. Sí, aquellos que también usted esperó ilusionada en sus años infantiles y la colmaron de ilusiones. Esta noche nosotros los adultos también evocaremos con nostalgia la felicidad de ser niños, despertar muy tempranito y descubrir los regalos en nuestro zapato. Esta noche cumpliremos nosotros los adultos el sagrado ritual de sentirnos reyes magos para brindar alegría a nuestros hijos.
Señora: es usted madre, o fue o ha querido ser y no ha podido. Si Dios le ha concedido el privilegio de dar vida a otro ser y lo tiene, o lo ha perdido o anhela realizarse creando otra vida y no ha podido, no importa porque usted también fue niña. Y esta noche también muchos padres de familia llorarán. Y esta noche mientras muchos reiremos felices acarreando los juguetes para nuestros niños, escondiéndonos para no ser descubiertos por los curiosos ojillos de nuestros duendecillos. También habrá otros papás que llorarán.
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Ya sabe usted quienes son esos infelices que no han dejado de llorar y esta noche más que nunca quisieran morir por la pena de su hijo único, ausente. Sí, se trata del pequeño Oninaná que usted tiene escondido en su hogar. Usted lo arrancó, lo robó del mundo que son los brazos de sus padres y lo ha hecho suyo causando el más fiero dolor que pueda ocasionarse a un ser humano.
Perder un hijo así, robado, es vivir el mismo infierno. Es enloquecer de angustia, gritar, llorar, maldecir, matar… ¡¡¡ Sí !!! Hasta matar, aniquilar, pulverizar… Todo eso sentimos cuando nos arrancan un hijo pequeñito. ¡Hasta llegamos a revelarnos contra Dios! en el paroxismo del dolor.
Y a medida que va pasando el tiempo, se agota el llanto pero no la capacidad de sufrir. Afloran el odio, el rencor y la sed de venganza que otra gente inocente pagará. Esta cauda de dolor nos envuelve y nos lleva a la destrucción. El pecho se parte de tamaño dolor dejando al descubierto una hoguera de odio a todo.
Esos pobres infelices en estos momentos de intenso dolor quizá hasta han perdido la fe. Si tiene usted valor considere los estragos de su obra. Y qué decir del pequeño inocente, víctima impotente, incapaz de comprender el drama que protagoniza. Llorar, solo llorar, extrañar lo que tenía y lo nuevo que lo rodea. Caras extrañas que no son de su mundo fantasioso, caricias que no siente propias, sonrisas, si es que las recibe, que sólo percibe como muecas. ¿Cuál fue tu desgracia pequeño Oninaná para atraerte esa tragedia…?
Quizá se resista a comer lo que no está acostumbrado. Y a la hora de dormir se resistirá a entregar blandamente su cabecita donde no siente confianza. Y al despertar, cuánta angustia y llanto en sus límpidas pupilas grises como el cielo de estos días tristemente nublados.
Y muy dentro de su inconsciencia se preguntará la ausencia de sus padres. Y esto es lo menos peor. Pero si ha sido maltratado, ofendido… ¿qué pasará? Todo esto, señora, ya lo ha considerado usted… Se llevó al niño en un arranque de amor maternal frustrado porque nunca ha tenido un hijo y desea tenerlo o nunca pudo tenerlo?... Y si usted ha sido madre, entonces… ¿por qué lo hizo?... Y si fue por dinero… pues, entonces, no sé qué comentar porque el dolor, un dolor de este tamaño no tiene precio en metálico y menos con atormentar a un niño.
El dolor causado a un niño que tiene todo lo mejor del ser humano, un niño que es la esperanza de un mejor mañana, la sonrisa de la vida, es intocable. No quiero ahondar los abismos insondables de su corazón para investigar los motivos que la orillaron a disponer de un ser humano, indefenso, como si fuera una cosa, pero si quiero tocar las fibras más íntimas de su corazón para que usted sola se redima de tan grande falta.
En esta noche de Reyes el pequeño Oninaná podría recibir el mejor regalo que le pueda dar el cielo, o bien, unos angustiados padres podrían también tener el día más feliz, si regresara el niño.
Y usted, señora, la del vestido floreado, tiene en sus manos ese regalo inapreciable. Se los dará? Oninaná, sus padres y la humanidad se lo agradecerán.
P.D.
Ah, y ¿sabe qué? Más que nadie, usted misma se felicitará porque se habrá convencido que los Reyes Magos sí existen y alguna vez también nos regalaron nobleza y humanidad.
Carlos Javier González López.
Miércoles 5 de enero de 1983. León, Gto.