/ domingo 6 de diciembre de 2020

La tristeza de sus seres queridos lo hacía sentir peor

Durante el aislamiento por la enfermedad, sentía terror de medirse la oxigenación porque siempre iba bajando y el temor a morir, iba en aumento

José Luis tiene 53 años, de hecho su cumpleaños fue sin festejos; lo pasó conectado a un tanque de oxígeno, en la cama de su casa; la felicitaciones que debería recibir se convirtieron en deseos para su recuperación.

El miedo a morir siempre estuvo presente; hoy es un paciente “recuperado” que tiene muchas secuelas, tanto físicas como emocionales. “No tan fácilmente se podrán superar”, dice.

“Me canso muy rápido y me duele el pulmón izquierdo si estoy mucho tiempo de pie, de vez en cuando me regresa el dolor de cabeza y no sabes cuánto me angustia eso”.

El Covid-19 entró en su cuerpo y cambió su vida. Desde febrero no ha estado con sus hijos, un niño y una niña. Sus lugares de residencia los tiene en León y CdMx, pero el virus lo tomó en la capital del país y alejado de quienes le dan la fuerza para recuperarse, para hacer un viaje de tres horas y media y volver a abrazar a esos pequeños que también están pasándola mal, extrañando a papá.

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Esta es la historia de José Luis, contada por él mismo.

Mi testimonio ante el Covid-19

Luego de llevar a mis hijos a León, Guanajuato, su lugar de residencia, en el mes de febrero cuando se escuchaba con mayor frecuencia que el “Coronavirus” era una enfermedad proveniente de China y que comenzaba poner en alerta a Europa, aquí en México las autoridades decían que no generaría mayor problema y, en todo caso, sería controlado el virus, pero no fue así.

Conforme pasaron las semanas escuchaba de más casos y comenzaron a reportarse las primeras muertes por algo que ya se le denominaba “pandemia”, y eso me hacía pensar que por unos días tendríamos que resguardarnos en casa mi madre y yo en la Ciudad de México, sin pensar que no podría volver a León en meses.

Corrían los días y tuve que adoptar medidas que antes no tenía habitualmente en casa: tapetes sanitizantes en la entrada, alcohol, soluciones de cloro y desinfectantes de todo tipo para limpiar todos los productos que llegaban; el gel antibacterial, cubrebocas y lentes protectores no podía olvidar al momento de salir a comprar los víveres o hacer alguna actividad realmente necesaria, en fin, todas las medidas de higiene y seguridad.

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Nunca antes había dejado crecer mi bigote y barba… Durante el “quédate en casa” algunos días no había nada más que hacer que mirar a la ventana y esperar que algo bueno pasara...

El trabajo escaseaba y con ello los ingresos económicos y la desesperación aumentaba por el encierro, así pasaron los meses, hasta principios de octubre que comencé con un dolor de cabeza que antes no había sentido; sin darle mucha importancia continué normalmente, pero al pasar de un par de días aumentó considerablemente y luego el dolor de cuerpo, el cual también era muy diferente a los dolores que ya conocía antes en mi cuerpo… pensé: “algo no anda bien en mí”, y fue entonces que comenzó la peor experiencia de mi vida.

Con todos esos antecedentes me decidí a ir al Centro de Salud, ya que no contaba con seguridad social, a someterme a la prueba PCR para detectar coronavirus, luego de la prueba me dijeron que los resultados me los enviarían de 7 a 10 días hábiles, pero yo no podía esperar tanto tiempo porque los síntomas iban en aumento, por lo que tuve que hacerme una prueba rápida de sangre y en 15 minutos me dieron la noticia de que había salido “positivo a Covid-19”.

Ya con esa certeza aumentó mi temor y angustia ante la posibilidad de que no pudiera sobrevivir. Comencé atendiendo la recomendación de aislamiento inmediato con aún más medidas sanitarias, medicamentos, etcétera.

Esto se fue convirtiendo en un desesperante encierro y con ello empeorando los síntomas: fiebre, más dolor, ahora con la falta de olfato y la sensación de que toda la comida que probaba tenía el sabor más amargo que jamás haya sentido y la dificultad para respirar.

Aunado a ello la desesperanza y tristeza que generó en mis hijos, familiares y amigos la noticia, hacían que me sintiera aún peor, y a pesar de muchas voces que me decían que habría que tomarlo con buena actitud, es imposible poder dejar de pensar en lo peor.

Y como si no fuera suficiente todo lo anterior, a los tres días de mi aislamiento, por la madrugada, mi mamá tocó a mi puerta diciéndome que se sentía mal y tenía dificultad para respirar. Inmediatamente, con toda mi convalecencia, salimos a buscar ayuda médica; en un hospital no nos recibieron hasta que nos canalizaron a otro donde le hicieron radiografías, tomografía y pruebas de influenza y Covid-19, de ésta última había dado también “positivo”.

Ahora ya éramos los dos en confinamiento estricto por al menos 15 días, con extremos cuidados y las recomendaciones que no faltaron de tomar infusiones con un sabor espantoso, pero todo lo que sumara era bueno para la recuperación.

A pesar de ello lo mejor fue que a partir de ese día de susto, mi madre no tuvo mayores síntomas ni molestias. Sin embargo, yo me sentía cada día peor, pues la oxigenación fue bajando, y me causaba un gran terror medírmela porque siempre iba por debajo del 90%, y no quería ir a parar al hospital, después de saber la enorme cantidad de personas que no lograban salir con vida.

Por fortuna pude tener la ayuda de un familiar que nos llevó a casa una máquina de oxígeno para poder aumentar los niveles de oxigenación, entonces fue que me pude estabilizar conectado mañana, tarde y noche y así ir recuperando poco a poco la salud.

Debo decir que durante la convalecencia lo mejor de todo fue el apoyo incondicional de la familia y los amigos que nunca nos dejaron solos, ya sea con un mensaje, una despensa, una llamada, una comida preparada, pero lo más importante, con sus oraciones y sus rezos por nuestra salud, toda esa fe hizo que nosotros pudiéramos estar contando este testimonio. A todos ellos siempre tendré mi agradecimiento, pero principalmente gracias a Dios que siempre estuvo con nosotros y manifestándose en todo momento.

Sé que esto aún no ha terminado para mí, ahora vienen tiempos más complicados porque este virus sigue en aumento y no estoy exento de volver a contagiarme, pero el cuidarme ahora siempre será mi prioridad para que pueda en algún momento poder volver a abrazar a mis hijos.

José Luis Morales Vences



José Luis tiene 53 años, de hecho su cumpleaños fue sin festejos; lo pasó conectado a un tanque de oxígeno, en la cama de su casa; la felicitaciones que debería recibir se convirtieron en deseos para su recuperación.

El miedo a morir siempre estuvo presente; hoy es un paciente “recuperado” que tiene muchas secuelas, tanto físicas como emocionales. “No tan fácilmente se podrán superar”, dice.

“Me canso muy rápido y me duele el pulmón izquierdo si estoy mucho tiempo de pie, de vez en cuando me regresa el dolor de cabeza y no sabes cuánto me angustia eso”.

El Covid-19 entró en su cuerpo y cambió su vida. Desde febrero no ha estado con sus hijos, un niño y una niña. Sus lugares de residencia los tiene en León y CdMx, pero el virus lo tomó en la capital del país y alejado de quienes le dan la fuerza para recuperarse, para hacer un viaje de tres horas y media y volver a abrazar a esos pequeños que también están pasándola mal, extrañando a papá.

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Esta es la historia de José Luis, contada por él mismo.

Mi testimonio ante el Covid-19

Luego de llevar a mis hijos a León, Guanajuato, su lugar de residencia, en el mes de febrero cuando se escuchaba con mayor frecuencia que el “Coronavirus” era una enfermedad proveniente de China y que comenzaba poner en alerta a Europa, aquí en México las autoridades decían que no generaría mayor problema y, en todo caso, sería controlado el virus, pero no fue así.

Conforme pasaron las semanas escuchaba de más casos y comenzaron a reportarse las primeras muertes por algo que ya se le denominaba “pandemia”, y eso me hacía pensar que por unos días tendríamos que resguardarnos en casa mi madre y yo en la Ciudad de México, sin pensar que no podría volver a León en meses.

Corrían los días y tuve que adoptar medidas que antes no tenía habitualmente en casa: tapetes sanitizantes en la entrada, alcohol, soluciones de cloro y desinfectantes de todo tipo para limpiar todos los productos que llegaban; el gel antibacterial, cubrebocas y lentes protectores no podía olvidar al momento de salir a comprar los víveres o hacer alguna actividad realmente necesaria, en fin, todas las medidas de higiene y seguridad.

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Nunca antes había dejado crecer mi bigote y barba… Durante el “quédate en casa” algunos días no había nada más que hacer que mirar a la ventana y esperar que algo bueno pasara...

El trabajo escaseaba y con ello los ingresos económicos y la desesperación aumentaba por el encierro, así pasaron los meses, hasta principios de octubre que comencé con un dolor de cabeza que antes no había sentido; sin darle mucha importancia continué normalmente, pero al pasar de un par de días aumentó considerablemente y luego el dolor de cuerpo, el cual también era muy diferente a los dolores que ya conocía antes en mi cuerpo… pensé: “algo no anda bien en mí”, y fue entonces que comenzó la peor experiencia de mi vida.

Con todos esos antecedentes me decidí a ir al Centro de Salud, ya que no contaba con seguridad social, a someterme a la prueba PCR para detectar coronavirus, luego de la prueba me dijeron que los resultados me los enviarían de 7 a 10 días hábiles, pero yo no podía esperar tanto tiempo porque los síntomas iban en aumento, por lo que tuve que hacerme una prueba rápida de sangre y en 15 minutos me dieron la noticia de que había salido “positivo a Covid-19”.

Ya con esa certeza aumentó mi temor y angustia ante la posibilidad de que no pudiera sobrevivir. Comencé atendiendo la recomendación de aislamiento inmediato con aún más medidas sanitarias, medicamentos, etcétera.

Esto se fue convirtiendo en un desesperante encierro y con ello empeorando los síntomas: fiebre, más dolor, ahora con la falta de olfato y la sensación de que toda la comida que probaba tenía el sabor más amargo que jamás haya sentido y la dificultad para respirar.

Aunado a ello la desesperanza y tristeza que generó en mis hijos, familiares y amigos la noticia, hacían que me sintiera aún peor, y a pesar de muchas voces que me decían que habría que tomarlo con buena actitud, es imposible poder dejar de pensar en lo peor.

Y como si no fuera suficiente todo lo anterior, a los tres días de mi aislamiento, por la madrugada, mi mamá tocó a mi puerta diciéndome que se sentía mal y tenía dificultad para respirar. Inmediatamente, con toda mi convalecencia, salimos a buscar ayuda médica; en un hospital no nos recibieron hasta que nos canalizaron a otro donde le hicieron radiografías, tomografía y pruebas de influenza y Covid-19, de ésta última había dado también “positivo”.

Ahora ya éramos los dos en confinamiento estricto por al menos 15 días, con extremos cuidados y las recomendaciones que no faltaron de tomar infusiones con un sabor espantoso, pero todo lo que sumara era bueno para la recuperación.

A pesar de ello lo mejor fue que a partir de ese día de susto, mi madre no tuvo mayores síntomas ni molestias. Sin embargo, yo me sentía cada día peor, pues la oxigenación fue bajando, y me causaba un gran terror medírmela porque siempre iba por debajo del 90%, y no quería ir a parar al hospital, después de saber la enorme cantidad de personas que no lograban salir con vida.

Por fortuna pude tener la ayuda de un familiar que nos llevó a casa una máquina de oxígeno para poder aumentar los niveles de oxigenación, entonces fue que me pude estabilizar conectado mañana, tarde y noche y así ir recuperando poco a poco la salud.

Debo decir que durante la convalecencia lo mejor de todo fue el apoyo incondicional de la familia y los amigos que nunca nos dejaron solos, ya sea con un mensaje, una despensa, una llamada, una comida preparada, pero lo más importante, con sus oraciones y sus rezos por nuestra salud, toda esa fe hizo que nosotros pudiéramos estar contando este testimonio. A todos ellos siempre tendré mi agradecimiento, pero principalmente gracias a Dios que siempre estuvo con nosotros y manifestándose en todo momento.

Sé que esto aún no ha terminado para mí, ahora vienen tiempos más complicados porque este virus sigue en aumento y no estoy exento de volver a contagiarme, pero el cuidarme ahora siempre será mi prioridad para que pueda en algún momento poder volver a abrazar a mis hijos.

José Luis Morales Vences



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