Ernesto, era un joven de 14 años que trabajaba en una tienda en el barrio de San Miguel, todos los sábados trabajaba medio día, aprovechando la hora algunas veces acudía al panteón de San Nicolás a visitar algunas tumbas y pasar un momento de meditación y tranquilidad.
En uno de esos paseos vio una tumba antigua y pequeña, pertenecía a un niño de cuatro años que había fallecido 70 años atrás, estaba muy deteriorada y en completo abandono, sin pensarlo la sacudió, le pusó unas flores de otra tumba y rezó un padre nuestro por el pequeño
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De acuerdo con ‘Leyendas, Cuentos y Hechos Paranormales en León’, pasaron unos días después de que Ernesto fuera al panteón y todo parecía normal hasta que comenzaron a suceder cosas extrañas.
Al caminar por la calle el joven sentía que algo iba a pasar junto a él, a la altura de sus pies se podía ver la silueta como si un perro o algo así fuera a rebasarlo, volteaba y no había nada.
En su casa comenzaron a suceder hechos raros, a su madre le tiraban sus macetas el señor que vendía periódicos le comentó:
— Ya ves, por andar de “noviero” ya te colgaron un milagrito, «no le hacía caso pues no entendía el porqué de sus palabras», hasta que un día le dije...
— ¡¿Oiga Don Alejó por qué me dice eso?!
— No te hagas... Pues por el niño que te llevas casi todos los días cuando vas a trabajar...
— ¡¿Cuál niño?!, Don Alejo no sé de qué me habla y seguí mi camino pero ya, con una gran duda...
Fue entonces que cuando Ernesto supo lo que pasaba, esperó el sábado, compró una veladora, un cochecito, una bolsa de canicas y fue a la tumba, depositó los juguetes y rezó por su alma, trató de explicarle que él ya no era parte del mundo de los vivos; que buscara a sus padres, encendió la veladora en señal de luz y regresó a la casa.
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Esa noche, el joven durmió tranquilo y plácidamente soñando con una pareja que llevaba un pequeño de la mano, pero de pronto se soltaba y volteaba a verlo diciéndole “¡adiós!” con su manita, con una dulce sonrisa dibujada en su infantil y tierno rostro.