Ni enfrentarse a la muerte en cada jornada ni ver caer a los compañeros en la batalla contra el SARS-Cov2 ha hecho que médicos como Cristina González Muñoz desistan en ayudar al prójimo; tampoco pasa por la mente de la joven doctora “tirar la toalla” ante una enfermedad desconocida que ha azotado el mundo cobrando miles de vidas; pero sí reconoce que “lo más difícil de la pandemia ha sido separarme de mis hijos”.
Durante 12 años ha ejercido la medicina en la clínica del ISSSTE en Celaya y en el Hospital Comunitario de Jaral del Progreso. En los últimos siete meses ha turnado sus jornadas de trabajo entre Urgencias y el área de Covid en ambas unidades médicas, convirtiéndose en uno de los héroes sin capa que merecen todo el reconocimiento de la sociedad, especialmente en este Día del Médico.
PREPARACIÓN MENTAL
Cristina reconoce en entrevista con la Organización Editorial Mexicana (OEM)que ningún compañero de profesión se imaginaba que iba a ser tan duro enfrentar al coronavirus, sobre todo porque “ha ido mutando y cada vez son más síntomas nuevos y manifestaciones diferentes entre una y otra persona, aunque el diagnóstico sea el mismo. El comportamiento de la enfermedad es complejo y eso a veces provoca no identificarlo a tiempo para salvar vidas”.
Entrar al área Covid también requiere de preparación mental, pues “no sé cuántos pacientes me voy a encontrar ni a quiénes voy a encontrar ahí dentro”, dice la doctora en entrevista, luego de haber cumplido una jornada de 44 horas.
Para la doctora González su trabajo va mucho más allá de la atención médica, porque cuando no se puede hacer nada o cuando el diagnóstico es muy malo, a los pacientes hay que “acompañarlos en su dolor, en su soledad”.
TRISTEZA EN EL ÁREA COVID
Asegura Cristina que todos los pacientes son especiales y cada uno cuenta diferentes historias. Hay quienes dejaron en casa a su mamá, a sus hijos y que tienen la incertidumbre de si volverán a verlos o no.
“Nos han tocado pacientes muy jóvenes que no tienen comorbilidad, más que tener sobrepeso, que tienen familias, niños chiquitos que dependen de ellos y que fallecen rápido”.
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Para la médica no hay miedo al contagio, pero sí a no poder ayudar más de lo que le gustaría a quienes confían en sanar. Hay impotencia porque la enfermedad no discrimina y lo mismo ataca a jóvenes que a ancianos, a hombres que a mujeres, a pobres que a ricos.
“Lo más triste del área Covid es cuando llegan los pacientes con su familia y se despiden en la puerta y se van. Los familiares se van con incertidumbre y uno como médico tiene que pensar en el tratamiento que vas a seguir. Yo les digo que no se despidan. Díganse: Hasta pronto”.
DIFICIL SEPARACIÓN
En el ámbito personal, la separación de sus hijos ha sido una de las decisiones más difíciles de tomar. Durante los primeros cuatro meses de pandemia, Victoria, de ocho años, y Matías Alejandro, de un año siete meses, estuvieron al cuidado de sus abuelos y sólo tenían las breves visitas de mamá.
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Aunque hoy en día, están nuevamente los tres juntos, la dinámica de casa ha cambiado, no hay abrazos sin antes tomar un baño o rociarse con desinfectante, sobre todo cuando Cristina tiene guardia en el hospital. Los besos a sus pequeños también han quedado de lado, “no probar de su misma cuchara, no le soplo a su comida, lo que hacen todos los papás. Es muy feo llegar a casa y que ellos corran a abrazarme y que uno tenga que detenerlos”.
RENDIRSE, JAMÁS
Pese al difícil reto que representa la enfermedad, nunca ha pasado por la mente de la doctora Cristina dejar su profesión, “es lo que la gente dice vocación”. Reconoce que puede provocarles mucha tristeza las historias de los pacientes, pero eso no es motivo para querer dejar de ser médico; aun cuando entre los pacientes ha habido conocidos y compañeros.
“He visto morir compañeros. Hace unos 20 días murió un doctor a quien le tocó ser mi paciente. Es cuando provoca impotencia, porque ningún médico estando ahí piensa que se va a contagiar. Te pones a trabajar y cuando sales te preocupa contagiar a tu familia, pero no que te contagies tu”.
INCOMODA PROTECCIÓN PERSONAL
“Lo más pesado de estar en área Covid es saber que voy a tener que usar un traje de protección personal”, asegura. El equipo consta de un traje quirúrgico, seguido de un overol (traje tyvek) que puede ser lavable o desechable “pero es un plástico impermeable muy caluroso”, sigue una bata desechable, un cubrebocas especial o mascarilla que tiene filtros especiales y ocupan toda la cara.
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“Si el personal médico no tiene la fortuna de usar una de estas mascarillas, se usan los goggles, pero el problema con ellos es que se empañan y cuando se entra al área Covid, en 15 o 20 minutos se empañan y es un problema, porque limita la visión cuando hay que hacer algún procedimiento”. El equipo lo complementa una careta.
Retirarse el traje de protección es otro proceso que requiere de paciencia, pues hay que dedicar hasta 25 o 30 minutos para hacerlo, ya que debe ser retirado con sumo cuidado y lentamente para evitar que el virus entre en los ojos, mucosas y boca; además de que hay que sanitizar las manos cada vez que se retira una pieza, lo que implica que se laven hasta 10 veces. “La mayoría de los médicos que se han contagiado ha sido porque han retirado el traje con prisa”.
“TODO EL MUNDO CONFÍA EN NOSOTROS”
“Todo lo hacemos por los pacientes, si nosotros no lo hacemos quién lo va a hacer. Todo el mundo confía en nosotros, a veces médicamente no podemos hacer más pero también es importante acompañar a los pacientes hasta el último momento. Es importante hacerles saber que estamos ahí, porque están solos”.
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