Philippe Starck asegura no guardar ningún recuerdo de los años 80, que lo propulsaron al rango de estrella internacional del diseño y la arquitectura, ya que afirma, estaba demasiado ocupado "produciendo".
A sus 73 años, prefiere hablar de la actualidad y cuenta que tiene "cerca de 250 proyectos al mismo tiempo", entre los que figura la producción de hidrógeno verde o el diseño de un futuro campo de entrenamiento de astronautas de la NASA en Estados Unidos, explica en entrevista.
"No tengo el software de las épocas y de las fechas", dice, preguntado por ese periodo con ocasión de una visita relámpago a París al museo de las Artes Decorativas, que alberga una exposición a aquellos años de efervescencia artística y cultural.
Él es una de las estrellas de la muestra, junto a otros creadores, como Jean-Paul Gauthier y el inclasificable Jean-Paul Goude.
La década de los 80, "para mí fue como estar abandonado en una jungla de Amazonía sin nada que comer, con animales salvajes por todos lados, un machete oxidado, esencialmente, aventura multidireccional. Simplemente hice lo que pude. Cuando hacemos lo que podemos, no nos acordamos de lo que pasa alrededor", afirma, casi sorprendido de ver "¡tantas cosas!" expuestas.
El creador francés llega tarde de Portugal, donde reside, para varias reuniones de trabajo antes de marcharse "de vacaciones" -cosa poco habitual en él-, a Islandia, explica.
Democratizar el diseño
Los 80 fueron un punto de inflexión en la carrera de este exalumno -poco asiduo- de la Escuela Nissim de Camondo de París, marcando el inicio de un ascenso meteórico que le permitió "democratizar el diseño: mejorar la calidad esforzándose por hacerlo accesible al mayor número posible de personas.
"Democratizar, es un trabajo permanente, hemos logrado quitar dos ceros (al precio). En otra época, sentarse en (un asiento de) diseño, era como mínimo lo que serían 20 mil euros actuales y eso no estaba bien. Hoy son 700 euros, no está mal", comenta.
Al mismo tiempo, fue en 1983 cuando Starck redecoró los apartamentos del Elíseo, a petición del entonces presidente François Mitterrand.
Desde exprimidores de cítricos a mobiliario, bicicletas eléctricas, aerogeneradores, hoteles, restaurantes, torres de control o instalaciones de ingeniería naval y en espacial: su obra se ha extendido por todo el mundo, marcada por una temprana conciencia ecológica y una pasión por "todo lo relacionado con el futuro".
"Es solo la continuación de una exploración. Cuanto más envejezco y mejor lo hago, más interesantes son mis socios. Tengo un proceso orgánico que, pese a la apariencia, es un rejuvenecimiento permanente", bromea evocando al personaje Benjamin Button, de la película homónima de David Fincher, que nace viejo y va haciéndose cada vez más joven.
Turismo espacial y la NASA
En su búsqueda constante de nuevos horizontes, el francés colabora ahora con la compañía estadounidense Axiom Space para crear hábitats modulares de su estación espacial comercial conectada a la EEI, la Estación Espacial Internacional.
También trabaja en el futuro campo de entrenamiento de la NASA para astronautas, un proyecto desarrollado con Orbite, primera compañía de entrenamiento espacial, que se situará en Estados Unidos.
"Es una bonita imagen de nuestro necesario cambio vital, es decir, un pensamiento multidireccional. Porque hoy todavía estamos fijos en lo vertical, pero eso claramente se acabó y me ocupo de ello con ahínco", comenta.
Luego se despide porque llega tarde a la próxima reunión de trabajo sobre otro de sus múltiples proyectos: la "distribución europea de hidrógeno", un sector que también le interesa.
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