/ lunes 16 de abril de 2018

Joy Laville, la artista que nos recordaba en sus obras el gozo de estar vivos

El pasado 13 de abril falleció la pintora y escultora JoyLaville. Vivió 94 años. Alguien podría argumentarque fue una vida prolífica, yo tendría que agregar que fuerondécadas de una producción artística sublime, tanto alos sentidos, como al intelecto: de obras con una presencia sutil,pero plenas de revelaciones inesperadas; siempre dando pie a unareflexión gozosa. Joy nos llegó del ReinoUnido.

De una isla, para ser más precisos. Yo creo que vino aMéxico buscando la felicidad y, ciertamente, la encontróen San Miguel de Allende cuando se enamoró del escritormexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983); ellos tuvieron unahistoria de amor que rebasó los límites que nos marca lapresencia física. Pero Joy Laville fue, además, una granpintora.

Y no quisiera dejar pasar esto por alto. Dicen que eraautodidacta, yo estoy convencido que era sabia por intuición.Supo desarrollar un estilo tan personal e inequívoco en elarte mexicano, que no se le puede comprar con ningún artistade estos lugares. Sin duda que tuvo influencias, admiraba a muchospintores y ya compararla con Henri Matisse, me parece de lugarcomún. Para mi ella era mucho más sofisticada de lo quelos lectores pudieran imaginarse. Tenía, por ejemplo, unsentido innato de la composición: le encontraba, lacuadratura, al más perfecto círculo.

El equilibrio en sus obras eran simplemente notable. No lesfaltaba, ni le sobraba, nada. Todos los elementos en sus cuadrosparecían sostenidos con alfileres de fragilidad, pero esto noera cierto; era tan certera en su elección, que esto setransfería en una solidez elemental y extraordinaria.

Desde la primera vez que vi un cuadro suyo, en 1988, supe queestaba frente a un artista excepcional. Cuando en los añossesenta se estaba buscando un nuevo paradigma para la pintura enMéxico y los artistas se debatían entre una“cortina de nopal”, según José Luis Cuevas,y posturas de Ruptura, según algunos críticos de arte,aparece Joy Laville con sus pasteles, de pequeño formato, y esseleccionada para el Salón de Confrontación 66,organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes para mostrarlos avances de la nueva pintura en México; quedando,reconocido, el lugar indiscutible de Joy en el panorama del artemexicano, de la segunda mitad del siglo XX.

Empero, el conjunto del trabajo de Joy Laville pertenece a unadimensión de lo íntimo y lo poético, que se ocultaentre lo cotidiano. Su pintura nos plantea fascinantescoincidencias con la vida, por que está hecha de esosmomentos, breves, pero ciertos, donde se nos revela la felicidad dela existencia; de aquellos momentos fugaces como cuando un bouquetde flores nos resuelva la armonía con la naturaleza; o cuandodescubrimos que tenemos motivos, de sobra, para estar contentos,con el simple reflejo de nuestra imagen ante un espejo.

La pintura de Joy Laville tiene esa increíble capacidad derecordarnos el gozo de estar vivos, de ser amados, de caminar encompañía y que más bien, está conformada porinstantes. Yo creo que la relación que tuvo Joy Laville conJorge Ibargüengoitia debió de ser tan plena, tan dichosa,que la marcó para el resto de sus días y que a pesar deque Ibargüengoitia se marchó antes que ella, por una malajugada del destino, Joy continuó sus días llena de esosinstantes de felicidad que tuvo junto a él; que losaquilató entrañablemente, y que nos los recordaba en cadauna de sus composiciones, sobre todo en los últimosaños.

Vamos a extrañar a Joy Laville, y yo nuestrasconversaciones en un witty inglés, pero nos quedan suscuadros, dibujos y pasteles, para recordarnos con coloresdiáfanos y composiciones impecables, que la vida estaconformada, precisamente, de esos instantes de felicidad que seamoscapaces de construir. Gracias Joy. Descansa en Paz junto aJorge.

El pasado 13 de abril falleció la pintora y escultora JoyLaville. Vivió 94 años. Alguien podría argumentarque fue una vida prolífica, yo tendría que agregar que fuerondécadas de una producción artística sublime, tanto alos sentidos, como al intelecto: de obras con una presencia sutil,pero plenas de revelaciones inesperadas; siempre dando pie a unareflexión gozosa. Joy nos llegó del ReinoUnido.

De una isla, para ser más precisos. Yo creo que vino aMéxico buscando la felicidad y, ciertamente, la encontróen San Miguel de Allende cuando se enamoró del escritormexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-1983); ellos tuvieron unahistoria de amor que rebasó los límites que nos marca lapresencia física. Pero Joy Laville fue, además, una granpintora.

Y no quisiera dejar pasar esto por alto. Dicen que eraautodidacta, yo estoy convencido que era sabia por intuición.Supo desarrollar un estilo tan personal e inequívoco en elarte mexicano, que no se le puede comprar con ningún artistade estos lugares. Sin duda que tuvo influencias, admiraba a muchospintores y ya compararla con Henri Matisse, me parece de lugarcomún. Para mi ella era mucho más sofisticada de lo quelos lectores pudieran imaginarse. Tenía, por ejemplo, unsentido innato de la composición: le encontraba, lacuadratura, al más perfecto círculo.

El equilibrio en sus obras eran simplemente notable. No lesfaltaba, ni le sobraba, nada. Todos los elementos en sus cuadrosparecían sostenidos con alfileres de fragilidad, pero esto noera cierto; era tan certera en su elección, que esto setransfería en una solidez elemental y extraordinaria.

Desde la primera vez que vi un cuadro suyo, en 1988, supe queestaba frente a un artista excepcional. Cuando en los añossesenta se estaba buscando un nuevo paradigma para la pintura enMéxico y los artistas se debatían entre una“cortina de nopal”, según José Luis Cuevas,y posturas de Ruptura, según algunos críticos de arte,aparece Joy Laville con sus pasteles, de pequeño formato, y esseleccionada para el Salón de Confrontación 66,organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes para mostrarlos avances de la nueva pintura en México; quedando,reconocido, el lugar indiscutible de Joy en el panorama del artemexicano, de la segunda mitad del siglo XX.

Empero, el conjunto del trabajo de Joy Laville pertenece a unadimensión de lo íntimo y lo poético, que se ocultaentre lo cotidiano. Su pintura nos plantea fascinantescoincidencias con la vida, por que está hecha de esosmomentos, breves, pero ciertos, donde se nos revela la felicidad dela existencia; de aquellos momentos fugaces como cuando un bouquetde flores nos resuelva la armonía con la naturaleza; o cuandodescubrimos que tenemos motivos, de sobra, para estar contentos,con el simple reflejo de nuestra imagen ante un espejo.

La pintura de Joy Laville tiene esa increíble capacidad derecordarnos el gozo de estar vivos, de ser amados, de caminar encompañía y que más bien, está conformada porinstantes. Yo creo que la relación que tuvo Joy Laville conJorge Ibargüengoitia debió de ser tan plena, tan dichosa,que la marcó para el resto de sus días y que a pesar deque Ibargüengoitia se marchó antes que ella, por una malajugada del destino, Joy continuó sus días llena de esosinstantes de felicidad que tuvo junto a él; que losaquilató entrañablemente, y que nos los recordaba en cadauna de sus composiciones, sobre todo en los últimosaños.

Vamos a extrañar a Joy Laville, y yo nuestrasconversaciones en un witty inglés, pero nos quedan suscuadros, dibujos y pasteles, para recordarnos con coloresdiáfanos y composiciones impecables, que la vida estaconformada, precisamente, de esos instantes de felicidad que seamoscapaces de construir. Gracias Joy. Descansa en Paz junto aJorge.

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